A veces, el apellido está de sobra, porque hay hombres que tienen la valentía de convertirse en la figura que un niño necesita. Hablo de los padres que no eran de sangre, pero amaron a sus hijos por decisión. Quizás, no fueron perfectos, pero tomaron la iniciativa de lanzarse al ruedo. No le tuvieron miedo a los pañales, las desveladas, sus primeros pasos. Se quedaron ahí y fueron un gran apoyo para esa madre, que un día dejaron a su suerte.
El padre biológico huyó de su responsabilidad y no sólo me refiero a lo económico. No tuvo el valor de quedarse a estar presente. Le importó poco si su hijo (a) necesitaba a alguien que le diera un abrazo, un beso, una caricia. Se fue y con él se marchó la posibilidad de crear un lazo para toda la vida. La genética salió sobrando, porque otro hombre tuvo más corazón que él.
Cuando el amor es genuino no necesita de nada más, ni siquiera de la aprobación de los demás. Padre es el que decide criar, el que no te deja sólo porque la vida se pone dura. Es el que te enseña a ser mejor y te inculca sus valores. Ese es el hombre que sí merece que lo llamen padre. No a cualquiera le queda ese puesto, hay quienes les queda bastante grande.
Ese hombre no se aprovechó de la fragilidad de una mujer. Al contrario, se atrevió a sanar sus heridas y recordarle en cada momento que no estaba sola. Se enamoró de ella, de su esencia, de todas las espinas que le dejaron los fantasmas del pasado. No vio una mujer indefensa, vio más allá, se encontró con alguien valiente, inteligente y con una sed de salir adelante que contagia a cualquiera.
Los padres, que no son de sangre, pero aman a sus hijos por decisión, dejan una huella imborrable. Se ganan el alma entera de aquel niño que lo único que quería era sentirse querido. Se quedaron, no les asustó el llanto, ni las carcajadas, ni las travesuras. Ellos merecen el respeto y todas las gracias del mundo.
Y es que no necesitan un papel que certifique que es su hijo, porque con el paso del tiempo se ganan la palabra mágica. No hay nada más bonito que ver a un niño diciéndole papá a un hombre con el no comparte un lazo sanguíneo. Es cierto, con el paso de los años cada pieza termina en su sitio y el esfuerzo de un padre así, es aplaudido.
Un padre por decisión
Ese hombre amó a su hijo por decisión y cumplió cada una de sus promesas. No se valió del dinero, bastó con sus cuidados y respeto. Siempre ha sabido estar ahí, al pie del cañón, listo para defender a su pequeño. Y no importa cuanto tiempo pase, incluso si la relación entre mamá y papá no funciona. Ese tipo de padres se quedan para toda la vida. La infancia no se olvida y hay recuerdos que se agradecerán siempre.
Quizás, no tengan rasgos similares, pero ya hasta comparten una que otra manía. Vamos, que no son padres perfectos, son reales y con eso es más que suficiente para vivir con amor. No hay lazo más fuerte que eso, el cariño entre padre e hijo. Qué más dan las etiquetas, esas se las lleva el viento y la boca de la gente. Pero los hechos, esos lo dicen todo. Confirman que él es su padre.
El padre al que no le importó el pasado, el que se centró en construir una historia bonita.
El que no permitió que el corazón del niño se llenara de rencor, porque su labor fue amar y punto. Amó a su hijo por encima de cualquier cosa, hasta por encima del fantasma del padre biológico. Amar es así, no conoce límites, basta con la intención para mantener el lazo.
Gracias, porque se quedaron, porque no juzgaron, porque amaron. Gracias, porque vieron a la madre como lo que era y no una carga. Gracias, por no reprochar ni hacer menos a una parte importante de la mujer que aman. Gracias, porque no lo hicieron por obligación y se nota.
Mis respetos a todos los que cada día se levantan a trabajar duro para cumplir los sueños de quien les dice: Papá.
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