Ni siquiera sé por dónde empezar, siempre me hice la idea de que tu ausencia no implicaba un problema en mí. Me convertí en la niña que lo evadía todo, me recuerdo ahí, escondiendo el llanto y sonriendo después de que cruzaste la puerta. Se te olvidó despedirte papá, no pensaste en mí, porque estabas muy ocupado intentando ganarle la guerra a mamá. Me preguntó si crees que ganaste, si alejarte de mí era tu objetivo. Sin duda, en la vida he vivido finales amargos, pero ninguno como el tuyo. Esta carta te la escribo a corazón abierto, sin miedos, con un montón de lágrimas corriendo, pero dispuesta a soltar tanto nudo en la garganta. Es para ti, mi padre, el que me abandonó por otra familia.
Querido, papá:
Está claro que voy a empezar con honestidad, te mentiría si te digo que no te eché de menos, vamos, todavía lo hago. Mi mente es bastante necia, le encanta guardar cada momento que viví a tu lado, los guardo como si fueran un tesoro. A veces, me hacen sonreír y otras veces no puedo evitar llorar. Me duele recordar que no estuviste ahí en mis momentos más bonitos y ni qué decir de los malos. Tu ausencia me dejó una huella que todavía duele al respirar y hasta la fecha sigo intentando ponerme en tus zapatos. Ahora, soy una mujer adulta y entiendo lo que es el amor de pareja, también me he enamorado y he sentido eso de darlo todo por la otra persona. ¿Será que así te sentiste con esa mujer?
Definitivamente, no quiero juzgarte, ya pasó esa etapa en la que tenía ganas de reclamarte por todo y nada. Llegó un momento en el que me prometí soltar todo ese rencor, porque mi corazón siempre ha sido puro y no merece angustiarse por algo que no le corresponde. Era mi alma la que se estaba enfermando, la que se volvió escéptica, insegura y muy nerviosa. Sin embargo, he trabajado mucho en mí, en descubrirme, en abrir mis miedos y soltar el montón de inseguridades que me dejaste.
Si me preguntas, la verdad es que yo no te entiendo. Creo que daría la vida entera por un hijo, no lo dejaría a su suerte, sin la figura de un padre. Bueno, eso es lo que yo hubiera hecho en tu lugar, pero es una suposición. La realidad es que te marchaste sin ver atrás, me dejaste en los recuerdos de tu pasado como si fuera un objeto. Poco a poco una parte de mi corazón se fue empolvando, en la que tú estabas. Papá, yo te admiraba como a nadie, me encantaba estar cerca de ti y que me tomaras entre tus brazos.
Todavía hay veces en las que visito a mi madre y volteó hacia la esquina de esa habitación, en la que tú te sentabas a pensar un rato. Estabas ahí, tan serio, indescifrable y al mismo tiempo interesante. De niña imaginaba que podía entrar a tu mente, me intrigaba saber todo lo que sucedía ahí.
Me hiciste pedazos, papá…
¿Qué ingenuidad la mía no? Seguramente, no me hubiera gustado saber que no tenía ni un rincón de tus pensamientos. ¿Por qué papá? Entiendo que tu nueva familia te necesitaba, que tu corazón ya no le pertenecía a mamá, que tenías derecho a reconstruir tu vida. Eso no te lo voy a discutir, te mereces toda la felicidad del mundo. Pero yo ya era parte tu historia, no tenías derecho de excluirme. ¿Pensaste aunque sea un momento en mí? Me rompiste y de la peor manera, porque a pesar de que estaba sufriendo, tenía la esperanza de que tarde o temprano ibas a cruzar la puerta para decirme que todo estaba bien.
Entonces, llegó el otoño, el invierno, la primavera, los años pasaron y a ti parece que te hubiera tragado la tierra. Fui la niña que se tuvo que acostumbrar a decir en la escuela que papá ya no estaba. A veces, se me olvidaba y por la emoción me inscribía a actividades de padre e hija. No estabas, volteaba a mi alrededor, desesperada y agotada, preguntándome qué estarías haciendo.
He de confesarte que estoy enojada conmigo, me digo una y otra vez, ¿por qué sigo pensando en ti? Quisiera ser como tú, dejarte ir así de fácil y empezar una nueva vida en la que ya no puedas entrar, pero no puedo. Son tantas las grietas que debo sanar que resulta casi imposible borrarte, quizás no lo haga jamás. Y es que hasta mis manías me recuerdan a ti. Hay muchas cosas que te heredé, que me sorprendo haciendo de la nada y me caes muy mal en esas ocasiones, porque a pesar de estar tan distante estás más cerca que nunca.
Pero, te voy a dejar ir…
Me está doliendo un montón arrancar la página de tu vida en la mía, pero me lo merezco, necesito paz y dejar que mi corazón sane. Son muchos años los que he arrastrado la herida y ya no se vale, hay muchas personas que me quieren ver bien y yo siempre termino derrumbada por tu mal querer. Me cansé, papá, de conformarme cuando miraba las estrellas, el cielo, el mar, los rayos del sol, ahí te buscaba, quería conectar contigo de alguna u otra forma, pero jamás tuve respuesta.
No quiero que tomes esta despedida como algo malo, es algo necesario para ti y para mí. Sé que ahora estás más viejo, más cansado y quizás más necesitado de cariño. Debo decirte que no espero que me respondas ni quiero, porque no estoy buscando darte una oportunidad. La tuviste, pero no la aprovechaste. Así que sólo espero que tu decisión haya sido la mejor, que marcharte con otra familia te haya dado la felicidad que tanto buscabas. De verdad, por mi parte no hay rencores, pero eso no significa que te quiera de vuelta en mi vida.
Al contrario, ojalá que te vaya bonito, que en la vejez tengas a esas personas que no soltaste en tu juventud. Ojalá que de vez en cuando me envíes luz y bendiciones, yo sí lo haré. Sin embargo, hoy te suelto y vuelvo a empezar.
Gracias…
Antes de terminar, debo reconocer, me dejaste con la mejor persona de este mundo, la que decidió quedarse, aunque no tenía con qué volver a levantarse. Una mujer valiente, que se rompió mil veces, pero siguió adelante. Mi madre es y será uno de mis más grandes amores. Ella es la que ha estado conmigo en las buenas y en las malas, la que se las arregló para salir a buscar el pan de cada día, me dio lo mejor que pudo y aunque había momentos en los que estaba muy cansada, siempre hacía un esfuerzo para jugar un rato.
Me siento tan orgullosa de que una mujer así me haya dado la vida. Mírala, la dejaron por otra familia y vio cómo su hija se hizo pedazos por la ausencia de su padre, pero de todas maneras levantó la mirada y me demostró que de esto se trata el vivir. Hay momentos tan amargos que te hacen querer tirar la toalla, pero basta con agradecer lo bueno que has recibido para darte cuenta de que todo vale la pena.
Gracias, padre, por enseñarme que no todos aman con valentía y precisamente esos son los hombres que quiero fuera de mi vida.
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