Una relación de pareja le había marchitado la existencia misma, le había hecho creer que no era suficiente, que no valía la pena el esfuerzo de un hombre. Ese amor que creyó tener la dejó vulnerable y en peligro. Dejó de creer en sí misma, en sus habilidades, en sus pensamientos y sus fortalezas. Lo que creía de sí misma se quebró.
Vivió con un hombre que la vio solo como una opción, que nunca se comprometió a esforzarse por su amor, a tener detalles románticos o siquiera compartir su tiempo con ella. La manipuló creyendo que esa especie de amor era lo mejor que podía recibir en la vida y ella se lo había creído. Creyó además que como mujer no merecía un amor de esos hermosos como los que leía en las historias clásicas.
Se aferró a lo que él le enseñó y se convirtió en su propia prisionera, ella misma se enjauló al creer en lo que él le decía. Pero no sabía que habían muchas más posibilidades para ella, que eso que ella vivía no era siquiera agradable. Ella no lo sabía, hasta que el peso de todo lo que sucedía en su vida la hizo actuar. Habló con las personas correctas que la ayudaron a ver más allá de lo que él le mostraba y se liberó. Soltó las cadenas que ella misma se había puesto bajo la manipulación de él.
Y cuando ella al fin lo olvidó descubrió todo un mundo de oportunidades, sus ojos se abrieron muy grandes asombrada de lo que podía tener y no sabía. Cuando al fin lo olvidó aprendió a amarse a sí misma y a poner su bienestar antes que cualquier otra cosa. Se dio cuenta que ella era merecedora de tesoros invaluables y de compañía de calidad. Nada parecido a lo que tenía con aquel hombre.
Cuando al fin lo olvidó se dio cuenta de lo hermosa y especial que era, supo que sí habían personas que la amaban y la veían como a alguien que lo merecía todo. Ella vivía engañada, vivía bajo la idea de que su vida estaba hecha para eso que experimentaba y nada más. Creía que no podía labrar su destino ella misma hasta que finalmente lo olvidó. Lo olvidó y el mundo empezó a tener nuevos y brillantes colores.
Se convirtió en una mujer fuerte, una que más nunca se dejará amedrentar por nadie, una que aprendió a protegerse de idiotas inmaduros que quisieran aprovecharse de su bondad. Dejó de ser una mujer triste y empezó a sonreír como nunca en su vida lo había hecho. Valoró más a su familia y a sus amigos que en la distancia nunca dejaron de preocuparse por ella.
Cuando ella al fin lo olvidó pudo ser ella misma sin temer, sin sentir vergüenza, se empezó a vestir como lo deseaba y usar el cabello como más le gustara. Aprendió a amarse a sí misma mejor de lo que nadie jamás podría amarla. Y aprendió a perdonar, a dejar ir los malos recuerdos para dejar entrar los nuevos y mejores.
Ella no cerró su corazón, ella se volvió más sabia. Ella no se hundió en la tristeza, ella salió a la superficie y nadó hacia el paraíso.
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