Llegaste a mi vida engalanado, con una sonrisa que me derretía. Usaste esas palabras tan dulces, tan bonitas, me tomaste de la mano con fuerza, me juraste que a tu lado estaría protegida. Vi tus ojos cómo brillaban, no podía creer que alguien con un alma tan hermosa me viera a mí entre todas. Que creyera justamente que en mi sonrisa temerosa estaba su hogar. No voy a negarte que me sentí extasiada, afortunada, feliz.
Me llevabas a tu lado con orgullo, no podía creer mi suerte, ese era mi destino, el dulce amor verdadero del que todos hablan y nadie encuentra. Llegaste a mi vida como un cuerpo lleno de absoluta perfección, usabas las frases más perfectas, tu seguridad me motivaba, tu idea de un futuro juntos me arrullaba. No tuve dudas, no vi nada malo, te confié mi corazón, abrí mi mente y confié en ti, abrí mi pecho y te dejé ver todo lo que había allí. Es decir, ¿por qué no lo haría?
Para mis ojos tú eras una especie de dios, un ser humano que no entraba para nada en un cliché ordinario. Eras todo de lo que los demás fantaseaban y nada de lo yo detestaba. ¿Cómo no iba a entregarte mi vida si mis ojos veían que me entregabas la tuya?
Y así fue, te lo di todo, fue maravilloso, se sintió bien, algunos me decían que esperara, pero es que ellos no veían lo que yo sí, no sentían lo que yo sí, no escuchaban lo que mi corazón gritaba. Ni siquiera mis mecanismos de defensa saltaban con una alarma. No había nada que indicara que algo estuviera mal.
¿Cuál es la moraleja de esta historia? Que por más que me proteja, por más que tenga barreras de protección, por más experiencia que tenga, siempre está la posibilidad de que una vez más me rompan el corazón.
Por más segura que me sienta de mí misma, por más fuerte que sea. La vida siempre tiene una lección más que dar. Y esta fue una de esas que no esperé jamás. Creí saberlo todo, creí tener la certeza de conocer a profundidad a una persona. No, uno nunca termina de conocer las almas. Luché contra la verdad, me mentí a mí misma porque no podía ser posible que tú, un hombre tan maravilloso, resultara ser todo lo contrario, resultara ser una fachada, una mentira, un completo engaño.
Poco a poco me dejaste ver que no eras un dios, sino un demonio. Poco a poco dejaste salir tus verdaderos atributos, tus verdaderas actitudes, tus sentimientos horribles. Me empezaste a tomar de la mano con más fuerza, pero no era para sostenerme y hacerme sentir segura, sino para mantenerme atada, para no dejarme ser quien era ni hacer lo que quería. Pensé que seguía siendo parte de tu amor, todo lo que me mostraste en un principio me cegó.
Dejé de ver bien, tus caricias se fueron haciendo más fuertes, no más amorosas, sino más hirientes, me dejaban marcas, pero yo las veía una vez más como muestras de tu amor. Tus palabras de amor se fueron convirtiendo en expresiones de celos y de ira.
Cuando llegaste a mi vida eras dios, ahora eres el demonio, alguien que me produjo tanto miedo como nadie más en mi vida lo había logrado. Me hiciste dudar de mis decisiones, de mi cordura, de mi existencia misma. Mi creencia era que ya no merecía estar bien, que todo estaba mal y lo merecía. Aún tengo miedo, aún camino con temor, y las personas, todas, me ven con desdén, con indignación, no entienden cómo puedo decir que un hombre tan bueno como tú eres el demonio que eres. Nadie me cree, solo te ven a ti, solo te escuchan a ti.
Eres un demonio, pero te venceré.
Texto original: albertespinola.com © Todos los derechos reservados.