De pequeño no me di cuenta, no pude comprender lo que significó que mi papá haya salido por la puerta aquella noche. Luego, mi madre entró a su habitación, recuerdo sus sollozos como si fuera ayer. Se esforzaba para no causar ruido, no quería romper mis ilusiones y lo logró. Prefirió hundirse en su dolor que arruinar mi inocencia, se lo agradezco. Hoy sé que fue la mujer más fuerte del mundo, la que estaba asustada, pero de todas maneras vio a sus hijos como el mayor aliento y con todo el dolor siguió avanzando. Estábamos solos, al menos, eso creí, pero mi abuelo fue como un padre cuando él nos abandonó.
Tengo su imagen guardada en mi memoria, la revivo cada vez que lo extraño, que es muy seguido. Aquel hombre de cabello blanquecino, serio y recto, se convirtió en un abrigo. Lo hizo porque le nació del alma, porque no soportó la idea de vernos sin una figura paterna. Entonces, entendí que era mi guía, mi amigo, mi confidente. Mi abuelo se convirtió en mi válvula de escape. No importa si me pasaba algo bueno o malo, siempre corría a contarle. Él fue el padre que decidió hacerse responsable de algo que no le correspondía.
Mi abuelo estuvo ahí…
Ahí estuvo, cuando dimos nuestros primeros pasos, cuando empezamos a comer sin ayuda. Fue paciente, cuando intenté una y otra vez deslizarme por aquella resbaladilla. Mi abuelo, estaba cansado, trabajaba mucho, para darnos todo. Sin embargo, fueron varias las veces que veló nuestros sueños cuando teníamos fiebre. Él no tiró la toalla, mi viejo, el hombre que se ganó mi corazón y al único que puedo decirle padre.
Y sí, muchas veces detesté sus regaños, pero ahora entiendo que sólo quería mi bien. Él me hablaba desde la experiencia, no quería que cometiera sus mismos errores. Siempre creyó en mí, nunca me hizo menos ni tampoco permitió que los demás lo hicieran. Sus historias las llevó grabadas en el alma, era hermosa la manera en la que le daba vida a los personajes cada vez que nos leía un cuento. Fue el mejor padre del mundo, el que quizás lloró a escondidas al ver a su hija tan sola, pero se armó de valor por nosotros.
Es cierto, era un hombre de pocas palabras, pero el amor que sentía por sus nietos jamás estuvo en duda. Él no era mi padre, por supuesto que no, era algo mejor eso. Un hombre correcto, atento, dulce, entregado. Alguien que me enseñó que la vida se trata de tropezarse un montón de veces, llorar y seguir avanzando. La edad para él jamás fue un límite, siempre con aspiraciones grandes. Él fue el que me dijo que creyera en mí, que no hiciera caso a los demás, que luchara por lo que realmente me hacía feliz.
Mi abuelo me lo dio todo
Me lo dio todo y cuando digo todo, es su vida entera. Dejó de lado sus momentos de relajación para empezar de nuevo. Es el hombre que volvió a aprender a cambiar pañales, el que se volvió experto en leche de fórmula. Al que no le importó salir de casa con una pañalera, mantas y carriola. El hombre que hizo todo con tal de ver sonreír a sus nietos. Ahora que lo pienso qué humilde era, jamás le decía a la gente que era mi padre, su intención nunca fue suplir a nadie, pero lo que no sabía era que estando con él ya no hacía falta nadie.
Al hombre que nos abandonó no le guardó rencor y eso se lo debo a mi abuelo. Me enseñó que la maldad en el corazón no es sana, que hay que comprender a la gente, pero eso no significa que la quieras de vuelta en tu vida. Para mí, mi padre biológico no tuvo agallas y eso no lo voy a entender. Me pregunto, ¿Quién lo habrá educado? Al menos, a mí mi abuelo me enseñó que a una mujer jamás se le abandona, que si la relación no funciona, no dejas de ser padre. Ese era mi abuelo, un hombre humilde, sabio y con el alma más pura de este mundo.
Gracias…
Gracias a mi abuelo no nos faltaron besos, caricias, aplausos, no tengo idea de cómo lo hizo, pero se las arreglaba para asistir a cada uno de nuestros eventos escolares. Le doy gracias por aquella vez en la que me hicieron sentir mal en la escuela y llegué llorando a casa, él no me dijo nada, sólo me abrazó y luego me llevó al parque. Me compró mi helado favorito y me dijo que llorar no es malo, que los hombres también lloran, pero que después de llorar debo aferrarme a lo bonita que es la vida. Qué gran lección me dio.
Tenía razón, los hombres también lloran, me pasa cuando pienso en él y recuerdo que ya no está. Entonces lo busco desesperado, mirando al cielo, en la nube más grande, la que tiene esa forma extraña y brilla más que el resto. En el mar, ese azul que tanto le gustaba, no era de los que se mojaba ni dejaba que la arena entrara a sus zapatos, los que parecían recién lustrados. Sin embargo, amaba el mar, el sonido de las olas, los caracoles, mirar al horizonte. Ahí es cuando lo visito, cuando le cuento todas mis cosas, como cuando era pequeño.
Sin querer, las lágrimas se asoman y mientras me las limpió, puedo sentir sus dedos fuertes, agrietados y tibios, ayudándome a quedar con el rostro seco. Ahí es cuando me aferro a lo bonito de la vida, a ese paisaje, a mi comida favorita, a los que amo, a mi madre. Esa mujer guerrera que después de tantas sacudidas tiene el coraje de seguir sonriendo. Nunca lo dice, pero sé que al irse mi abuelo, se le fue una parte de su corazón, esa que prefiere ignorar porque si le presta atención la carcome el dolor.
Al padre que nos abandonó
A ese hombre no puedo llamarlo padre, sería como traicionar a mi verdadero padre y no voy a ser yo quien ensucie su memoria. No tengo nada que decirle a la persona que me dio la vida, quizás agradecerle que se haya ido. Me salvó, de aprender que la cobardía es algo bueno, me salvó de su falta de valores. Se marchó y aunque le rompió el corazón a mi madre, ella se quedó con hombres que sí valen la pena. Esos hombres que son capaces de dar su vida con tal de verla feliz.
Ahora ella es mi prioridad, sé que también de mis hermanos. Tuvimos el mejor ejemplo y sé que nos está viendo desde allá arriba, no lo vamos a decepcionar. Él educó a grandes seres humanos, sensibles, pero con los pantalones bien puestos. Hombres que muchas veces bajan la guardia, se rompen, se sienten confundidos, pero luego encuentran un motivo mejor para salir adelante. Hombres que no se enganchan con pretextos, se enfocan en la solución y si algo les quita energía lo sueltan.
Gracias padre, prometo buscarte en otras vidas, pero quiero que sepas que fuiste el mejor abuelo de esta. Espérame, nos volveremos a encontrar.
Texto orinal: albertespinola.com © Todos los derechos reservados.