Ella amaba tanto a su hombre que se olvidó de vivir su vida. Y de dejar vivir. Quería darle siempre lo mejor y más. Hacer que se sintiera feliz a su lado, pero era tanta la preocupación y tanto el desentendimiento de sí misma, que a él lo perdía poco a poco sin darse cuenta. Para ella era amor, pero para él, su amor, se convertía en una especie de obsesión que no le dejaba respirar.
Era demasiado perfecta, todo demasiado bonito. Nunca le tenía un “no” por respuesta, se comportaba como si fuera su criada o su esclava y a la vez su dueña. Él no se sentía bien con eso. Él sólo deseaba una amiga para sonreír, una amante para amar, una esposa para vivir. Pero ella no valoraba esas pequeñas cosas y su obsesión por no perderlo y por entregarle todo, más bien ahogaba la relación y hacía de eso un triste infierno sutil.
Cuando la conoció era una mujer risueña y soñadora. Era simpática e incluso alocada. Despreocupada en ocasiones. Y él se enamoró de eso. De esa mujer libre y flexible que no se apegaba a nada. Una mujer sensible pero fuerte. Sin miedos y admirable. Con el tiempo, pasó de pájaro a araña y quería tener, bajo su concepto de amor, todo controlado en sus redes. Él pasó a ser presa de sus aferradas intenciones de control y posesión. Lo triste es que ella no se daba cuenta, pero sufría. Ese amor no la hacía feliz, porque en realidad había dejado de amar y ahora sólo quería. Quería poseer y no perder. Su mente le había traicionado y la llevó a los terrenos fangosos de un apego y una obsesión enfermiza que no le permitía ser quien había sido. Bajo su sonrisa de “todo bien”, había una mirada de ansiedad. De “eres mío y pase lo que pase no te dejaré ir”
Ellos no terminaron bien, porque el amor ya no era presente entre ellos y el apego se había instalado en sus vidas de una forma insoportable. El amor de pareja murió y la relación terminó.
Con el tiempo ella volvió a ser quien una vez fue y él se enamoró de nuevo de otra mujer. El pasado había muerto e incluso en algún encuentro hacían broma de sus experiencias. Pero así es la vida. No es necesario dramatizar por todo como si fuera el final de las cosas. Se vive y se cambian sensaciones. Se vive y se aprende, y si dejas ir a tiempo, incluso el mal, puede ser un gran aliado. Ellos vivieron insalubridad y en algún momento decidieron terminar con lo que no les dejaba vivir. Sin traumas decidieron vivir distinto y mejor. La renuncia es sabiduría.
Cuando en el amor de pareja se sufre, con frecuencia, se debe dejar ir. Se debe partir y cambiar. El amor de pareja, si no es sano, no debe ser para siempre. Debe ser para siempre mientras dure el amor. Luego, si es necesario, se debe dar lugar a una siguiente vida.
Si el amor de pareja no es sano, no debe ser para siempre. Debe ser para nunca.
Albert.
Autoría, Edición y publicación: Albert Espinola Todas las imágenes de We Heart It