Algunas personas padecen más de lo que desean y aceptan padecer porque no pueden evitar el agobio que les produce las preocupaciones. Un ejemplo de estas personas son los empáticos siempre queriendo resolver no solo sus propios asuntos si no los de los demás.
Es difícil tomar el dolor o el problema que tiene otra persona como si fuera de uno mismo; pero quienes son así desean que todos estén bien, que todos a su alrededor se sientan bien para poderse sentir bien ellos mismos.
No son personas que se aferran, son personas que aman, que se preocupan por quienes son importantes en su vida; sus amigos su familia, sus hijos, su pareja. Lo que no saben es que ese agobio se acumula y empieza a doler físicamente. Sientes dolor en los músculos, en la espalda, como si fueras una persona mayor que ya no puede seguir laborando porque está cansada. Pero no eres ni una persona mayor, ni una persona que ha trabajado mucho, eres alguien que ha cargado con mucho dolor y preocupaciones por muchos años.
Todo el cuerpo empieza a dolor y la mayor tensión se acumula en el cuello. Haces de todo para ya no sentirte tan mal, empiezas acudiendo a médicos para que exploren cuál es el problema; pero nadie tiene una respuesta certera para ti. Solo te dan recomendaciones y más recomendaciones mientras que tú cada vez te sientes peor, como si la vida quisiera quitarte de su camino.
Compras fajas ortopédicas, empiezas a hacer yoga, Pilates, tienes sesiones con quiroprácticos y médicos para masajes y tratamientos de todo tipo. Y cada vez el dolor es mayor, ya no toleras el peso, tienes una carga que no te deja dormir, que a veces ni te deja respirar y ya no tienes ni ánimos de seguir adelante con tu vida.
¿Sabes? Ese dolor no tiene un origen físico, sino más bien mental. Llevas un peso emocional desde hace mucho tiempo que te mantiene con los músculos y la columna tensa. Tantas presiones en todos esos años, el dolor insoportable, el rencor hacia otros, el peso de la injusticia del mundo, de la injusticia hacia ti, las decepciones, los engaños, las desilusiones, las equivocaciones, las personas erradas. Llevas a cuesta el peso de tu mundo y el de los demás.
Inhala con profundidad y exhala ese aliento que llevas retenido desde hace quizá cuánto y recuerda bien esto:
No todo lo que sucede en tu vida es tu culpa; a veces las circunstancias nos ponen a prueba pero no necesitas cargar con culpa. De cada error viene un aprendizaje, debes tomar lo bueno y dejar ir lo malo.
No todo tiene que ser tu responsabilidad. Eres libre de elegir y pensar primero en tu bienestar. No te concierne a ti reparar la vida de todos. Hay una gran diferencia entre ser una buena persona y saber escuchar y dar un buen consejo a adueñarte de los sentimientos de los demás y sentirlos como si fueran tuyos. No todo es tu responsabilidad.
Sabes que eres una persona maravillosa capaz de llegar lejos, luchar contra lo que sea y conseguir tus metas. Pero eso no significa que tú debas hacerlo todo. Tienes que ahorrar energía para las cosas más importantes, tienes que permitirte recibir ayuda, delegar tareas y funciones e incrementar tu potencial sin extenuarte.
No eres una máquina de solucionar problemas. No puedes solucionarlo todo, tienes que aceptarlo. Tienes que saber cuándo parar para no seguir desgastándote emocionalmente.
Tampoco tienes que aceptarlo todo. Tú estás en todo tu derecho de decidir qué es lo que le hace bien a tu vida y si lo quieres tener o no dentro de ella. Si algo no te agrada, no lo aceptes. Si alguien te irrespeta, aléjalo de tu vida. No aceptes nada que no te hace bien.
Sí, las presiones te tienes con un gran dolor, pero no es algo que puedas solucionar con una pastilla. Tienes que mirarte al espejo y antes que nada aceptar que tienes toda esa carga acumulada, tienes que aceptar que te está haciendo daño y que debes dejarla ir.
Sonríe y empieza una vida más fresca, más ligera, echa fuera de tu vida ese peso, perdónate a ti mismo y no te sometas más a cargas tan pesadas.